Desde que el volcán Cumbre Vieja (La Palma, Islas Canarias) estallara el pasado 19 de septiembre, la comunidad científica ha vigilado de forma continua el alcance de la erupción. El uso de drones para su supervisión la ha convertido en el fenómeno de la naturaleza más monitorizado del mundo.
Como se ha comentado en post anteriores los drones (vehículos aéreos no tripulados) son una herramienta cada vez más utilizada en la minería. Los manejan en todo momento personas expertas, con una formación específica y una licencia acorde al tipo de aparato que pilotan, y su función principal es la fotogrametría: superponen las imágenes que captan para determinar coordinadas relativas entre diferentes puntos y elaboran modelos 3D muy precisos del terreno a estudiar. Gracias a la investigación de la anterior erupción registrada en La Palma (la del Teneguía, en 1971), en una época en la que la geofísica volcánica y la vulcanología eran ciencias poco reconocidas en España, en la actualidad el país cuenta con un buen número de especialistas en la materia.
Los medios convencionales no pueden acceder al terreno que rodea el cono del volcán. Por eso, y a pesar del riesgo de que los piroclastos los derriben, se cubre la zona con drones. Gracias al modelaje 3D los expertos mantienen localizadas las coladas y determinan en qué dirección avanzan y a qué velocidad. Las cámaras geotérmicas de los drones también señalan los puntos calientes, en los que la lava avanza más fluida y tiene mayor poder de destrucción, y de esta forma se establecen previsiones que permiten anticiparse a la actividad del Cumbre Vieja.